Según la creencia medieval, el cuerpo humano se componía de cuatro humores, que no eran otra cosa que fluidos corporales. Para disfrutar de salud y belleza se debía mantener el equilibrio entre los mismos. Este número de cuatro coincide con los cuatro elementos básicos de la naturaleza (tierra, agua, aire y fuego), con las cuatro estaciones del año y con los cuatro principios elementales (frío, caliente, húmedo y seco). Como vamos a ver, todo estaba relacionado.
Los cuatro humores eran los siguientes:
- Bilis negra: fría y seca, remite a la tierra, aumenta en otoño y controla el bazo.
- Flema: fría y húmeda, se corresponde con el agua y el invierno y manda sobre el cerebro y el pulmón.
- Sangre: caliente y húmeda, se corresponde con el aire, aumenta en primavera y sirve de alimento para el corazón.
- Bilis amarilla: caliente y seca, representa al fuego, es típica del verano y se distribuye por el hígado y la vesícula.
El carácter de una persona dependía del humor dominante en su cuerpo, y así podía ser melancólica, flemática, colérica… en función de estos fluidos. Estos fluidos se pueden controlar con la alimentación, y así había todo un catálogo de alimentos que subían o bajaban un humor u otro.